Vivir sin Whatsapp durante 30 dias
Sin planearlo, tuve la oportunidad de hacer la prueba, estar mas de 30 días sin conectividad a través de la red que mueve el mundo y la que sabe casi todo de nosotros, la que nos da un conexión permanente y a la vez nos genera un stress del que no somos concientes.
Terminando diciembre, respondí los últimos mensajes de Whatsapp y me despedía de mi celular.
De milenial a generación X en un instante
Un perro se empeñaba en dejar su húmedo rastro en la puerta de mi casa, para defendernos del ataque preparamos una balde con agua y un elemento secreto, balde que permanecería a la espera de un nuevo ataque del fluido canino.
Saliendo apurado llevando varias cosas en la mano, entre ellas mi celular (un Motorola G4) termina accidentalmente en el balde, dándome la certeza que no resiste la caída al agua con lavandina, el elemento secreto.
Fueron segundos hasta tocar el fondo del balde y un rápido rescate que aparentemente no haría nada en el noble equipo, una rápida sacudida y el intento desesperado de secarlo. Al parecer no sería gran cosa y sobreviviría, siempre podía contar con la ayuda de los amigos del arroz, colocando mi celular en arroz seco según el consejo oriental.
Intentos de apagarlo desde la pantalla (porque como muchos saben cada vez tenemos menos control de los celulares, ahora no se puede remover la batería, una pésima idea para el usuario pero comercialmente fantástica). Apagarlo fue en vano, a los 10 minutos de la sumergida, el equipo entró en crisis, se reseteaba solo, apagaba y prendía de manera enfurecida y sin control, terminó en el servicio técnico (primero en uno y luego en otro de los tantos ‘chantas’ que hay sueltos por ahí)
Pasé de tener el equipo de un milenial a reemplazarlo con un modesto celular que me permitía las funciones básicas con las que fueron creados los móviles: hacer llamadas y eventualmente enviar y recibir mensajes de texto.
¿Y ahora ..?
Los primeros días fueron los peores de estar desconectado, los más díciles, pude sentir realmente los efectos del FOMO (Fear of misssing out), algo así como una culpa, un sentimiento profundo de estar perdiéndome algo, de estar afuera de todo.
Tranquilamente y sin hacer tanto escándalo, pude haber reemplazado con celular con algún otro mas modesto pero que me habría dado “santa conexión” hasta que volviera mi moto G, pero no lo hice porque me interesaba saber que pasaría, si viviría sin celular y hasta cuando.
Expectativa vs realidad
Me imaginaba que mis “amigos” del face, mis contactos de las redes sociales, los contactos del Whatsapp se preocuparían por no “verme” conectado, que hasta quizás llamarían o mensajearían a mi esposa para ver que pasó conmigo. Pero nada de esto ocurrió, nadie me escribió, solo tuve una llamada que encima la perdí pero que respondí pero sin poder hablar (gracias Migue, supongo que querías saber si vivía y que no era vital hablar).
Quizás el experimento no fue perfecto porque justo se dio en tiempos de vacaciones, en tiempos donde no hay tantas obligaciones sobre todo en lo laboral, en lo “necesariamente necesario” de estar conectado y disponible las 24 horas.
Tampoco puede ser concluyente, de hecho los que me conocen saben que tengo una relación amor-odio con las redes sociales, que aunque me gusten los medios de comunicación, tengo un perfil un tanto sesgado y no ando mostrando cosas personales en las redes. Soy un bicho raro, lo admito. (cuac)
No me corté totalmente, seguí viendo mi Twitter, de vez en cuando entraba a Facebook, pero aunque no chateé con nadie ni publiqué nada en estos mas de 30 días de abstinencia de Whatsapp nadie se preocupó por saber si estaba vivo. Bien, supongo que no soy tan importante como imaginaba 😉
Quizás te preguntarás si no tengo grupos de WhatsApp, pues sí tengo los habituales: los compañeros de la oficina (que obviamente están enterados de mi ausencia porque trabajamos juntos hasta hace 15 días atrás), el grupo de la familia y particularmente una lista que cree hace 9 meses atrás llamada: #UnosSegundos una lista donde compartía diariamente mensajes de esperanza y reflexión a la Luz de la Palabra de Dios, unas casi 100 personas.
Entonces: ¿Se puede o no se puede?
¿Se puede vivir sin whatsapp? Claro que sí, y a pesar que fue duro al principio, sentía que me perdía de algo, que no sabía bien que hacer con el tiempo que me sobraba y sentía que todos me miraban como teniendo lástima por haberme quedado sin teléfono, sin conectividad con el mundo, me quedaba afuera. (siamo fuori …)
Al principio fue difícil, me sentí raro, perdido y hasta me costó encontrar mi lugar. Pero hoy me siento liviano, libre, suelto. Me encanta no tener que ver el meme del día, no perder un montón de minutos viendo cosas que no me llenan ni me aportan.
No todo lo que brilla es oro
Claro que no estoy en contra del buen uso de la tecnología, lamento no poder ver instantáneamente la foto de mis hijos, compartir esos mensajes que sé que a mucha gente le hacían bien (a pesar de que nadie envió un mensaje de texto para preguntar que pasó que no se comparten mas, la verdad que los hacía con el corazón y no para agradar a la gente sino a Dios). Lamento no tener una buena cámara para capturar un buen momento o poder escuchar un podcast en cualquier lugar o hasta de buscar una dirección con ayuda del GPS.
Y creo que hasta ahí llego, no mas que eso. No mas dependencia de ese aparatito para mi vida cotidiana, no mas necesidad que esa.
Me verás volver …
Supongo que sí, volveré, necesitaré estar nuevamente conectado, pendiente del trabajo y de las cosas de estos tiempos. Hasta quizás extrañe esto de no usar WhatsApp, de sentirme libre y dueño de mis horas, quizás …
Ale, nunca respondes los mensajes… Al menos en tiempos «normales»… Por ende tu desconexion no es motivo de preocupación… Igualmente, creo que más allá de la obvia adicción a las tecnologías, el trabajo es contundente a la hora del WhatsApp. Creo que del resto, soy capaz de prescindir. Besos. Te sigo leyendo y oyendo #UnosSegundos